II. El inocente Hijo de Dios (1ª parte).
1. El propósito fundamental de la proyección es siempre
deshacerse de la culpabilidad. 2Pero el ego, como de costumbre,
trata de deshacerse de la culpabilidad exclusivamente desde su punto de vista,
pues por mucho que él quiera conservar la culpabilidad, a ti te resulta
intolerable, toda vez que la culpabilidad te impide recordar a Dios, Cuya
atracción es tan fuerte que te es irresistible. 3En este punto,
pues, se produce la más profunda de las divisiones, pues si has de conservar
la culpabilidad, tal como insiste el ego, tú no puedes ser tú mismo. 4Sólo
persuadiéndote de que tú eres él podría el ego inducirte a proyectar la
culpabilidad y de ese modo conservarla en tu mente.
La Inocencia del Hijo de Dios
quedó nublada por la sombra del pecado. La creencia en la desobediencia a las
Leyes de Dios por ver de una manera diferente a la visión del Padre, se tradujo
en la interpretación errónea, por parte del Hijo, de que fue expulsado del
paraíso por Su Progenitor. Ese acto “pecaminoso” hizo que el Hijo de Dios se
sintiese culpable a los ojos del Padre, lo que propició la falsa creencia en la
separación de Su Fuente.
La creencia en la separación,
dio lugar al miedo, que no es más que el olvido del Amor, y ese miedo, llevó al
Hijo de Dios a fabricar un mundo ausente de Amor.
Separación-culpa y miedo, se
convirtieron en las pesas y medidas con las que se construyó el mundo irreal,
el mundo de la percepción, en el que el ego da testimonio de su identidad
temporal.
La culpa, al igual que el
miedo, es una pesada carga para la conciencia. La mente, para deshacerse de esa
carga, elige proyectarse fuera y al verla en los demás, decide tratarla de la
misma manera a como la trata internamente, atacándola. De este modo, inventa un
círculo vicioso en el que, para protegerse internamente de la oscuridad, la
proyecta fuera y la combate, generando más oscuridad. Es la fórmula descubierta
por el ego para demostrar la realidad de su falsa identidad.
2. Observa, sin embargo, cuán extraña es la solución
que el ego ha urdido. 2Proyectas la culpabilidad para deshacerte de
ella, pero en realidad estás simplemente ocultándola. 3Experimentas
culpabilidad, pero no sabes por qué. 4Al contrario, la asocias con
un extraño surtido de "ideales del ego", en los que, según él, le has
fallado. 5Sin embargo; no te das cuenta de que a quien le estás
fallando es al Hijo de Dios al considerarlo culpable. 6Al creer que
tú ya no eres tú, no te das cuenta de que te estás fallando a ti mismo.
El ego tiene miedo del Amor,
pues si no lo tuviese, no se lo negaría, lo que significaría que no tendría
necesidad de encontrarlo fuera, pues al conocerlo internamente, lo daría y no
lo exigiría como respuesta a encontrar su compleción.
El ego tiene miedo del Amor, y
ese miedo tiene su origen en la falsa creencia de haberse desconectado de la
Fuente del Amor. El ego es el efecto de la culpa, lo que convierte a la culpa
en la causa de la división. El ego oculta el deseo de la culpa y la utiliza
para atacar a los demás, haciendo juicios de sus pecados en un deseo de
despertarles las culpas por haberlos cometidos. “Por mi culpa, por mi culpa,
por mi gran culpa”. La religión se encarga de recordarnos que somos pecadores y
que debemos sentirnos culpables. La culpa se inscribe en nuestras creencias, y,
ello, nos lleva a verlas en los demás.
3. La más tenebrosa de las piedras angulares que
ocultas, mantiene tu creencia en la culpabilidad fuera de tu conciencia, 2pues
en ese lugar tenebroso y secreto yace el
reconocimiento de que has traicionado al Hijo de Dios al haberlo condenado a
muerte. 3Tú ni siquiera sospechas que esta idea asesina, aunque
demente, yace ahí oculta, pues las ansias destructivas del ego son tan intensas
que sólo la crucifixión del Hijo de Dios puede, en última instancia,
satisfacerle. 4No sabe quién es el Hijo de Dios porque es ciego. 5Mas
permítele percibir inocencia en cualquier parte, y tratará de destruirla
debido a su miedo.
Toda creencia en el pecado y en
la culpa debe ser entregada al Espíritu Santo. La Expiación ha de corregir en
nuestra mente ese error de creencia y en su lugar, traernos el recuerdo de
nuestra Inocencia, la que compartimos con nuestro Creador.
Como ya hemos adelantado, el ego
necesita la culpa para afianzar los argumentos de su identidad. Si no creyese
en la culpa, que argumentos tendría para atacar. Al no atacarse interiormente,
no tendría miedo, lo que significaría que su visión interior le habría mostrado
la verdadera realidad del ser, el amor. Pero de ser así, ya no percibiría
erróneamente un mundo separado, y, ello, significaría que el ego no tendría
existencia en el mundo real.
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