miércoles, 3 de abril de 2024

Capítulo 5. VII. La decisión en favor de Dios

VII. La decisión en favor de Dios

1. ¿Crees realmente que puedes fabricar una voz que pueda aho­gar a la de Dios? 2¿Crees realmente que puedes inventar un sis­tema de pensamiento que te pueda separar de Él? 3¿Crees realmente que puedes encargarte de tu seguridad y de tu dicha mejor que Él? 4No tienes que ser ni cuidadoso ni descuidado, necesitas simplemente echar sobre Sus Hombros toda angustia, pues Él cuida de ti. 5Él cuida de ti porque te ama. 6Su Voz te recuerda continuamente que tienes motivos para sentirte esperan­zado debido a que estás a Su cuidado. 7No puedes elegir excluirte de Su cuidado porque ésa no es Su Voluntad, pero puedes elegir aceptar Su cuidado y usar el poder infinito de éste en beneficio de todos los que Él creó mediante él.

Seguro que habrás percibido, en alguna ocasión de tu existencia terrenal, la pesada carga de la angustia, del sufrimiento, del dolor, de la enfermedad, de la escasez, del miedo, de la soledad, del desamor y del odio. Hasta tal punto esos estados se hacen insoportables, que en la mente has podido identificar pensamientos sombríos que despiertan sentimientos de profunda tristeza y desolación. 

Si observamos el entorno físico en el que percibimos la existencia material, podremos descubrir la belleza que nos envuelve. Sin embargo, la naturaleza egoica, identificada con un sistema de pensamiento cuyos pilares son el miedo y la culpa, proyecta en sus fabricaciones un comportamiento destructivo, cuyas consecuencias afectan a la propia naturaleza. La causa de esa alteración se encuentra en la mente. Las enseñanzas nos revelan que el cuerpo es neutro. Es la mente y los pensamientos emanados de ella, quien dirige nuestras acciones corporales. Al igual que la propia naturaleza, el cuerpo es hermoso cuando lo liberamos de estereotipos egoicos. A pesar de ello, lo maltratamos y lo castigamos, culpándolo a veces de ser la causa de nuestras desdichas.

Llega un momento en que nuestra mente alcanza un nivel de sufrimiento tal, que decide mirar hacia otro lado, esto es, decide ver las cosas de otra manera, mucho menos complicada, más sencilla, más humana y solidaria. Comienza a elegir en otra dirección y deja de servir al ego, al miedo, a la culpa. Ese despertar de la consciencia, se caracteriza especialmente porque en nuestra mente los pensamientos egoístas se sustituyen por pensamientos de amor; la oscuridad da paso a la luz y ponemos todos nuestros pensamientos en manos del Espíritu Santo, para que la Expiación nos lleve a corregir la falsa creencia en el dolor y el sufrimiento como vías de aprendizaje.

2. Han sido muchos los sanadores que no se curaron a sí mismos. 2No movieron montañas con su fe porque su fe no era absoluta. 3Algunos de ellos ocasionalmente curaron enfermos, mas no resucitaron a ningún muerto. 4A menos que el sanador se cure a sí mismo, no podrá creer que no hay grados de dificultad en los milagros. 5No habrá aprendido que toda mente que Dios haya creado es igualmente digna de ser sanada porque El la creó ínte­gra. 6Se te pide simplemente que le devuelvas a Dios tu mente tal como Él la creó. 7Dios te pide únicamente lo que Él te dio, sabiendo que mediante esa entrega sanarás. 8La cordura no es otra cosa que plenitud, y la cordura de tus hermanos es también la tuya.


En este punto se pone de manifiesto la importancia que encierra el pensamiento de la fe. No podemos engañarnos, pensando en que tenemos mucho o poca fe. La fe, o se tiene o no se tiene. Si miramos libremente esta afirmación estaremos más cerca de comprender lo que se afirma.

La fe debe impactar en nuestra mente como un rayo revelador que nos hace ver con certeza absoluta la verdad que siempre ha estado en nuestro interior, pero de la que éramos totalmente inconscientes. No podemos mantener la creencia en la existencia, a medias tintas, de Dios. Creer en Dios cuando las cosas nos van mal y recurrir a Él para que nos solucione nuestros problemas, es un pensamiento del ego, que ignora la verdadera Identidad del Creador y de su Hijo.

El día que la fe forme parte de nuestras creencias, habremos recuperado la cordura y con ello la plenitud.

3. ¿Por qué prestarle atención a las continuas y dementes exigen­cias que crees que se te hacen, cuando puedes saber que la Voz que habla por Dios se encuentra en ti? 2Dios te encomendó Su Espíritu, y te pide que tú le encomiendes el tuyo. 3Su Voluntad dispone que éste permanezca en perfecta paz porque tú eres de una misma mente y de un mismo espíritu con El. 4El último recurso desesperado del ego en defensa de su propia existencia es excluirte de la Expiación. 5Ello refleja a la vez la necesidad del ego de mantenerse separado, y el hecho de que tú estás dispuesto a ponerte de parte de la separación por la que él aboga. 6El hecho de que estés dispuesto a ello significa que no quieres sanar.

La Expiación, desde el punto de vista espiritual con el que lo trata el Curso de Milagros, es el estado mental que nos permite visualizar el error y corregirlo. Su Visión, a diferencia del sistema de pensamiento en el que se basa el ego, es integradora y completa. Se fundamenta en la Ley de la Unidad cuyo pilar es el Amor. Por este motivo, este punto recoge que el ego tratará por todos sus medios excluirnos de la Expiación. De este modo, refuerza la falsa creencia en su identidad, en su existencia.

4. Pero ha llegado el momento. 2No se te ha pedido que elabores el plan de la salvación porque, como ya te dije anteriormente, el remedio no pudo haber sido obra tuya. 3Dios Mismo te dio la Corrección perfecta para todo lo que has inventado que no esté de acuerdo con Su santa Voluntad. 4Te estoy haciendo perfecta­mente explícito Su plan, y te diré también cuál es tu papel en él y cuán urgente es que lo lleves a cabo. 5Dios se lamenta ante el "sacrificio" de Sus Hijos que creen que Él se olvidó de ellos.

Es comprensible, que el plan de la salvación no tenga su origen en la fuente que se convirtió en su causa. Si hemos elegido la oscuridad, esto es señal inequívoca que hemos negado la luz.

Por tal motivo, este apartado nos revela que el plan de salvación ha sido dispuesto por la Fuente de la Luz, por Dios.

5. Siempre que no te sientes completamente dichoso es porque has reaccionado sin amor ante una de las creaciones de Dios. 2Al percibir eso como un pecado te pones a la defensiva porque pre­vés un ataque. 3Tú eres el que toma la decisión de reaccionar de ­esa manera, y, por lo tanto, la puedes revocar. 4No puedes revo­carla arrepintiéndote en el sentido usual de la palabra porque eso implicaría culpabilidad. 5Si sucumbes al sentimiento de culpabi­lidad, reforzarás el error en vez de permitir que sea des-hecho.

Abordamos con este punto, otra de las maravillosas lecciones con las que el Curso nos descubre la Verdad. Es de admirar, como con tan pocas palabras se puede revelar un tesoro de tan inmenso valor. 

No sentir dicha es la muestra evidente de que no hemos actuado con amor, pues tan sólo el amor puede tener el efecto de la dicha.

Tomar consciencia de que no hemos actuado con amor, nos conecta con el error de que podemos pecar y, la consecuencia directa de sentirnos pecadores es ponernos a la defensiva, pues pensamos que somos merecedores de ser castigados.

Tan sólo nosotros podemos llegar a esa conclusión, lo que significa que podemos elegir cambiar el modo de verlo y de interpretarlo.

El arrepentimiento no es la vía de aprendizaje correcta, pues genera culpabilidad, lo que, sin duda, ayudará a seguir creyendo que tenemos la capacidad de pecar.


6. Tomar esta decisión no puede ser algo difícil. 2Esto es obvio, si te percatas de que si no te sientes completamente dichoso es por­que tú mismo así lo has decidido. 3Por lo tanto, el primer paso en el proceso de des-hacimiento es reconocer que decidiste equivo­cadamente a sabiendas, pero que con igual empeño puedes deci­dir de otra manera. 4Sé muy firme contigo mismo con respecto a esto, y mantente plenamente consciente de que el proceso de des-­hacimiento, que no procede de ti, se encuentra no obstante en ti porque Dios lo puso ahí. 5Tu papel consiste simplemente en hacer que tu pensamiento retorne al punto en que se cometió el error, y en entregárselo allí a la Expiación en paz. 6Repite para tus aden­tros lo que sigue a continuación tan sinceramente como puedas, recordando que el Espíritu Santo responderá de lleno a tu más leve invitación: 

7Debo haber decidido equivocadamente porque no estoy en paz.
8Yo mismo tomé esa decisión, por lo tanto, puedo tomar otra.
9Quiero tomar otra decisión porque deseo estar en paz.
10No me siento culpable porque el Espíritu Santo, si se lo permito  anulará todas las consecuencias de mi decisión equivocada.
11Elijo permitírselo, al dejar que Él decida en favor de Dios por mí.

¡Amén! Con este ejercicio, nuestra voluntad, nuestra luz, nuestra capacidad de entendimiento, se capacita para alcanzar el estado de pureza e impecabilidad, que hemos olvidado y que nos mantiene prisioneros del sueño de dolor y muerte, propio del sistema de pensamiento fabricado por la creencia en la separación.

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