miércoles, 4 de septiembre de 2024

Capítulo 14. IV. Tu papel en la Expiación (2ª parte).

IV. Tu papel en la Expiación (2ª parte).


4. No tienes que comprender lo que es la creación para hacer lo que tienes que hacer antes de que ese conocimiento cobre sentido para ti. 2Dios no rompe barreras, pues no las creó. 3Cuando las abandonas, desaparecen. 4Dios no puede fracasar, pues jamás ha fracasado en nada. 5Decide que Dios está en lo cierto con respecto a ti, y que eres tú el que está equivocado. 6Él te creó de Sí Mismo, si bien, dentro de Sí Mismo. 7Él sabe lo que eres. 8Recuerda que no hay alternativa a Él. 9No puede haber nadie, por lo tanto, que no goce de Su Santidad, ni nadie que no merezca Su perfecto Amor. 10No dejes de llevar a cabo tu función de amar en un lugar falto de amor que fue engendrado de las tinieblas y el engaño, pues así es como se deshacen las tinieblas y el engaño. 11No te falles a ti mismo, antes bien, ofrécele a Dios y a ti mismo Su irreprochable Hijo. 12A cambio de este pequeño regalo de aprecio por Su Amor, Dios Mismo intercambiará tu regalo por el Suyo.

En realidad, la transgresión conocida como pecado original, responde al deseo de ser diferente de su creador. Si crear es la expansión del amor y su fruto es la eternidad, cualquier otro acto que no sea expandir dicha esencia, carecerá de esa misma condición.

Negar esa verdad, nos llevará a percibir erróneamente la realidad, dicho de otro modo, percibiremos lo ilusorio y lo falso. 

El verdadero valor no se encuentra en lo perecedero, sino en lo eterno. Lo temporal no es real, pues tan sólo lo que no cambia, como la verdad, lo es. 

Cuando expandimos nuestro amor, estamos creando eternidad y estamos creando realidad, esto es, estamos manifestando nuestra divinidad.

5. Antes de tomar cualquier decisión por tu cuenta, recuerda que ya has decidido ir en contra de tu función en el Cielo, y luego reflexiona detenidamente acerca de si quieres tomar decisiones aquí. 2Tu única función aquí es decidir en contra de decidir qué es lo que quieres, reconociendo que no lo sabes. 3¿Cómo ibas a poder, entonces, decidir qué es lo que debes hacer? 4Deja todas las decisiones en manos de Uno que habla por Dios y a favor de tu función tal como Él la conoce. 5De este modo, Él te enseñará a eliminar la tremenda carga que te has echado encima al no amar al Hijo de Dios y al tratar de enseñarle culpabilidad en vez de amor. 6Abandona ese frenético y demente afán que te priva del gozo de vivir con tu Dios y Padre, y de despertar felizmente a Su Amor y a Su Santidad, las cuales, conjuntamente, constituyen lo que es verdad en ti y hacen que seas uno con Él.

Elegir al ego como guía de nuestras decisiones, nos conducirá sin duda al encuentro con el dolor, el sufrimiento y la infelicidad, pues su percepción es errónea y se relaciona con el mundo que le rodea desde la creencia en el miedo y en la culpa.

Las Enseñanzas de Un Curso de Milagros, nos dice que Dios dispuso que su Voz se manifestara a través del Espíritu Santo, cuya Mente Una, nos revela el camino que debemos recorrer para alcanzar la salvación. Por lo tanto, entreguemos a la Voz de Dios, todas nuestras decisiones, para que se convierta en nuestro único y verdadero guía.

6. Una vez que has aprendido a decidir con Dios, tomar decisio­nes se vuelve algo tan fácil y natural como respirar. 2No requiere ningún esfuerzo, y se te conducirá tan tiernamente como si te estuviesen llevando en brazos por un plácido sendero en un día de verano. 3Decidir parece ser algo difícil debido únicamente a tu propia volición. 4El Espíritu Santo no se demorará en contestar cada pregunta que le hagas con respecto lo que debes hacer. 5Él lo sabe. 6El te lo dirá y luego lo hará por ti, 7Y tú, que estás can­sado, verás que ello es más reparador que dormir, 8pues puedes llevar tu culpabilidad a tus sueños, pero no ahí.

Si en verdad queremos que la Voz de Dios guíe nuestros pasos, tendremos que ser honestos y deshacernos de todas las falsas creencias que nos han llevado a pensar que somos nuestros propios creadores. Igualmente, tendremos que abandonar todo deseo de satisfacernos egoístamente de los demás, de ser especial. Tendremos que desaprender el sistema de pensamiento que hasta ahora hemos seguido y estar dispuestos a prestar oídos tan sólo a la Voz que habla por Dios, para distinguir su lenguaje amoroso del lenguaje codicioso empleado por el ego.

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