miércoles, 11 de septiembre de 2024

Capítulo 14. VI. La luz de la comunicación (1ª parte).

VI. La luz de la comunicación (1ª parte).

1. La jornada que juntos emprendemos es el intercambio de la oscuridad por la luz, y el de la ignorancia por el entendimiento. 2Nada que entiendas puede ser temible. 3Es sólo en la oscuridad y en la ignorancia donde percibes lo aterrador, y huyes de ello para sumirte en una oscuridad todavía más tenebrosa. 4Mas sólo lo que está oculto puede aterrorizar, no por lo que es intrín­secamente, sino por el hecho de estar oculto. 5Lo tenebroso es aterrador porque no comprendes su significado. 6Si lo comprendieses estaría claro para ti, y ya no estarías en la oscuridad. 7Nada tiene un valor oculto, pues lo que está oculto no puede ser compartido, y por lo tanto, se desconoce su valor. 8Lo que está oculto se mantiene aparte, pero el valor de algo reside siempre en el aprecio que se le da conjuntamente. 9Lo que está oculto no puede ser amado, y, así, sólo puede ser temido.

Si profundizamos en el modus operandi que caracteriza el sistema de pensamiento del ego, descubriremos, que el ego dirige el pensamiento hacia el exterior y nunca hacia el interior. Es como si prefiriese juzgar el mundo que le rodea antes de mirar con honestidad el origen de sus propios pensamientos internos. La razón de ello es precisamente el miedo que siente cuando comprueba que en su interior se dan cita ideas y creencias tenebrosas, como el especialismo, el egoísmo, la culpabilidad y la propia demencia al creerse separados de cualquier otro ser.

Mantener oculto sus creencias demenciales, le lleva a vivir en un permanente terror, lo que le lleva a condenar y a atacar a todos aquellos que le recuerdan, con su comportamiento, su propia manera de ser. He aquí el origen de toda lucha, de toda guerra, de toda contienda por acabar con aquello que interpretamos como amenazante para nuestros egoístas intereses.

2. La serena luz en la que el Espíritu Santo mora dentro de ti es sencillamente una luz donde todo está al descubierto, donde no hay nada oculto, y, por ende, donde no hay nada que temer. 2El ataque siempre cederá ante el amor si se lleva ante éste y no se mantiene oculto de él. 3No hay tinieblas que la luz del amor no pueda disipar, a menos que se mantengan ocultas de la influencia benéfica del amor. 4Lo que se mantiene fuera del alcance del amor no puede compartir su poder curativo, pues ha sido separado de él y se ha mantenido en la oscuridad. 5Los centinelas de la oscu­ridad la vigilan celosamente, y tú, que fabricaste de la nada a esos guardianes de lo ilusorio, tienes ahora miedo de ellos.

Si no elegimos sustituir el miedo por el amor, no conseguiremos llevar hasta la luz lo que albergamos con temor en nuestro interior. La culpa se convierte en la piedra angular donde se erige el poder del miedo sobre nuestra conciencia, lo que nos lleva a ocultar todo aquello que nos lleva a sentirnos culpables, para mantenerlo fuera del alcance de la mirada de los demás.

Seguro que has experimentado en alguna ocasión una vivencia en la que, cuando se te ha señalado como el causante de alguna fechoría, has respondido de manera instantánea protegiéndose de tu propia culpa, llevándote a negar la acusación que se te hace. Dicha reacción instintiva suele desencadenar vivencias muy dolorosas, pues en tu defensa, cuando te ves pillado en tu errónea acción y acusado de ello, decides proteger tu honestidad llevando un movimiento estratégico que te aporte la victoria en esa contienda, es cuando decides atacar al otro, al acusante, bien buscando en tu memoria hechos que le hagan sentirse, igualmente, culpable, o bien, haciendo uso de la fuerza, causándole una dolorosa agresión que nunca olvidará.

3. ¿Vas a continuar otorgándole un poder imaginario a esas extra­ñas ideas de seguridad? 2No son ni seguras ni inseguras. 3No Pro­tegen ni tampoco atacan. 4No hacen nada en absoluto, pues no son nada en absoluto. 5En cuanto que guardianes de las tinieblas y de la ignorancia no recurras a ellas a no ser que quieras sentir miedo, pues lo que mantienen en la oscuridad es temible. 6Abandónalas, y lo que era temible dejará de serlo. 7Sin la protección de la oscu­ridad, lo único que queda es la luz del amor, pues sólo éste tiene significado y sólo él puede vivir en la luz. 8Todo lo demás no puede sino desaparecer.

¿Has sentido alguna vez gratitud hacia la persona que con sus juicios nos hace sentir culpables y reaccionar ocultando aquello que avergüenza nuestra consciencia?

Nos resultará difícil encontrar en nuestra memoria alguna reacción que nos muestre un gesto de gratitud, cuando nos sentimos amenazados y condenados. Sin embargo, si observamos la dinámica de la vivencia de aprendizaje, el otro, al juzgarnos y condenarnos, nos hace un doble favor. Por un lado, nos hace consciente de un aspecto oculto de nuestro yo que debe ser aceptado e integrado de forma amorosa, Por otro lado, nos ofrece la oportunidad de arrojar luz a su oscura condena, y la única manera de hacerlo, es transformando nuestra propia oscuridad en luz, esto es, en recordar lo que realmente somos y reconocer en él, a nuestro hermano, que nos enseña el camino que nos conducirá a ambos hasta la salvación, pues respondiendo a su odio con amor, estaremos viendo su inocencia, en vez de su culpa.

4. La muerte cede ante la vida, simplemente porque la destruc­ción no es verdad. 2La luz de la inocencia desvanece la culpabili­dad con su fulgor porque cuando se pone una al lado de la otra, la verdad de una hace que la falsedad de la otra resulte perfecta­mente evidente. 3No mantengas la culpabilidad separada de la inocencia, pues tu creencia de que puedes conservar las dos es una absurdidez. 4Lo único que has hecho al mantenerlas separa­das es perder el significado de ambas al confundir la una con la otra. 5Y así, no te das cuenta de que sólo una de ellas tiene sen­tido. 6La otra no tiene sentido en absoluto.

La afirmación con la que da comienzo este punto, es todo un reto para el sistema de pensamiento del ego, el cual, combate la creencia de la existencia de Dios con uno de sus argumentos más sólidos, la muerte pone fin a la vida.

Ya sabemos, por las enseñanzas del Curso, que la muerte es un pensamiento, una creencia, que no es real, pues está sustentada por su condición de temporalidad. Tan sólo la vida es verdad y real, pues se alimenta de la esencia del amor. Por tal motivo, la vida es eterna. 

La muerte cede ante la vida, porque lo temporal, lo destructible, no es verdad.

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