jueves, 28 de noviembre de 2024

Capítulo 16. III. Las recompensas que se derivan de enseñar (1ª parte).

III. Las recompensas que se derivan de enseñar (1ª parte).

1. Ya hemos aprendido que todo el mundo enseña, y que enseña continuamente. 2Es posible que hayas enseñado bien, pero que no hayas aprendido a aceptar el bienestar que te produce enseñar. 3Si examinases lo que has enseñado, y cuán ajeno es a lo que creías saber, no podrías por menos que darte cuenta de que tu Maestro tuvo que proceder de más allá de tu sistema de pensa­miento. 4Por lo tanto, Él pudo verlo objetivamente y percibir que no era cierto. 5Tuvo que haber hecho eso basándose en un sistema de pensamiento muy diferente, que no tiene nada en común con el tuyo. 6Pues ciertamente lo que Él ha enseñado y lo que tú has enseñado a través de Él, no tiene nada en común con lo que tú enseñabas antes de que Él llegase. 7Y como resultado de ello, has llevado paz allí donde antes había dolor, y el sufrimiento ha de­saparecido para ser reemplazado por la alegría.

El papel que desempeña nuestro hermano en el proceso de enseñar es sumamente importante, pues enseñar es aprender. Si no existiese ese "otro" con el que compartir la enseñanza, no aprenderíamos de esa retroalimentación. En esa dinámica de "dar-recibir", no solo se beneficia la persona que recibe, sino también la que da. En este sentido, "maestro-alumno" forma una unidad que no debe ser dividida, pues, si lo fuese, el aprendizaje no tendría lugar.

Cuando somos conscientes de que la dinámica descrita es cierta, es una realidad, pues se basa en la verdad de lo que somos, partes del Todo. El enseñar se convierte en una experiencia de bienestar, pues, cuando enseñamos, estamos realizando nuestra función en este mundo, ya que la enseñanza facilita el proceso de sanación, al compartir lo que es verdad.

2. Puede que hayas enseñado lo que es la libertad, pero no has aprendido a ser libre. 2Anteriormente dije: "Por sus frutos los conoceréis y ellos se conocerán a sí mismos". 3Pues es indudable que te juzgas a ti mismo de acuerdo con lo que enseñas. 4Las ense­ñanzas del ego producen resultados inmediatos porque aceptas sus decisiones inmediatamente como tu elección. 5Y esa acepta­ción significa que estás dispuesto a juzgarte a ti mismo de igual modo. 6Causa y efecto están claramente definidos en el sistema de pensamiento del ego, pues todo tu aprendizaje ha estado encau­zado a establecer la relación que hay entre ellos. 7¿Y cómo no ibas a tener fe en lo que tan diligentemente te enseñaste a creer? 8Recuerda, no obstante, cuánto cuidado has ejercido al elegir sus testigos, y cuánto al evitar los que hablan en favor de la causa de la verdad y de sus efectos.

La ley de causa y efecto no es entendida, de igual modo, por el sistema de pensamiento del ego que por el sistema de pensamiento del Espíritu Santo. El ego determina por sus observaciones e investigaciones (acto mental de fragmentar el Todo) que la causa se encuentra siempre en el pasado y que el efecto se encuentra siempre en el futuro. En esta formulación, el presente queda totalmente excluido. Bajo esa perspectiva basada en la creencia de la percepción temporal, en el futuro cosecharemos lo que hemos sembrado en el pasado, lo que está propiciando que el presente esté ocupado con recuerdos del pasado y tiñendo del color del miedo cualquier perspectiva de futuro, pues este será la continuidad del pasado y donde el miedo se perpetuará.

El Espíritu Santo nos enseña que causa y efecto forman una unidad que se manifiesta en el estado presente, pues el efecto no puede existir sin la causa, la cual, cuando se expresa en el acto creativo, pasa a adquirir la condición de efecto. Si la causa es el amor, su creación produce su expansión, esto es, su efecto. Este acto es inmediato, no tiene que esperar el transcurrir de las secuencias temporales para tomar consciencia de ello, es decir, no tendremos que esperar a los efectos que se producen en el futuro, cuando en verdad la elección de amar la tomamos en el presente.

3. ¿No te demuestra el hecho de que no hayas aprendido lo que has enseñado que no percibes a la Filiación como una? 2¿Y no te demuestra ello también que no te consideras a ti mismo uno? 3Pues es imposible enseñar eficazmente si se carece de convicción, y es igualmente imposible que la convicción se encuentre fuera de ti. 4Jamás podrías haber enseñado lo que es la libertad a no ser que creyeses, en ella. 5Lo que enseñaste, pues, tuvo que haber proce­dido de ti. 6Sin embargo, es evidente que no conoces el Ser que eres, y que no lo reconoces a pesar de que está activo. 7Lo que está activo tiene que estar presente. 8Y sólo si niegas Sus obras podrías negar Su presencia.

Cuando enseñamos "de boca para afuera", esto es, sin convicción, nuestra enseñanza estará vacía y no realizará su función, la de alumbrar el camino que ha de llevarnos a la sanación de nuestra mente. Al carecer de convicción, las propiedades de lo que enseñamos carecerán de la luz suficiente como para difuminar la oscuridad que nos mantiene prisioneros de la ignorancia. Esa falta de convicción oculta las dudas que albergamos sobre nuestra verdadera identidad espiritual. Esta certeza nos exige un acto de confirmación de nuestra fe en las enseñanzas que recibimos a través del Espíritu Santo. El poder de atracción que ejerce en este mundo el sistema de pensamiento del ego debilita nuestra fortaleza, pues tenemos la sensación de caminar en una realidad dividida, donde podemos elegir el camino que nos plazca y cuando nos plazca. Lo que debemos recordar, siempre, es que elegir la dualidad es negar la verdad, es negar la tutela del Maestro que Dios nos ofrece para nuestra enseñanza.

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