III. Las recompensas que se derivan de enseñar (1ª parte).
1. Ya hemos aprendido que todo el mundo enseña, y que
enseña continuamente. 2Es posible que hayas enseñado bien, pero que
no hayas aprendido a aceptar el bienestar que te produce enseñar. 3Si
examinases lo que has enseñado, y cuán ajeno es a lo que creías
saber, no podrías por menos que darte cuenta de que tu Maestro tuvo que
proceder de más allá de tu sistema de pensamiento. 4Por lo tanto,
Él pudo verlo objetivamente y percibir que no era cierto. 5Tuvo que
haber hecho eso basándose en un sistema de pensamiento muy diferente, que no
tiene nada en común con el tuyo. 6Pues ciertamente lo que Él ha
enseñado y lo que tú has enseñado a través de Él, no tiene nada en común con lo
que tú enseñabas antes de que Él llegase. 7Y como
resultado de ello, has llevado paz allí donde antes había dolor, y el
sufrimiento ha desaparecido para ser reemplazado por la alegría.
El papel que desempeña nuestro hermano en el proceso de enseñar es sumamente importante, pues enseñar es aprender. Si no existiese ese "otro" con el que compartir la enseñanza, no aprenderíamos de esa retroalimentación. En esa dinámica de "dar-recibir", no solo se beneficia la persona que recibe, sino también la que da. En este sentido, "maestro-alumno" forma una unidad que no debe ser dividida, pues, si lo fuese, el aprendizaje no tendría lugar.
Cuando somos conscientes de que la dinámica descrita es cierta, es una realidad, pues se basa en la verdad de lo que somos, partes del Todo. El enseñar se convierte en una experiencia de bienestar, pues, cuando enseñamos, estamos realizando nuestra función en este mundo, ya que la enseñanza facilita el proceso de sanación, al compartir lo que es verdad.
2. Puede que hayas enseñado lo que es la libertad, pero
no has aprendido a ser libre. 2Anteriormente dije: "Por sus
frutos los conoceréis y ellos se conocerán a sí mismos". 3Pues
es indudable que te juzgas a ti mismo de acuerdo con lo que enseñas. 4Las
enseñanzas del ego producen resultados inmediatos porque aceptas sus
decisiones inmediatamente como tu elección. 5Y esa aceptación significa que estás dispuesto a juzgarte a ti mismo de
igual modo. 6Causa y efecto están claramente definidos en el sistema
de pensamiento del ego, pues todo tu aprendizaje ha estado encauzado a
establecer la relación que hay entre ellos. 7¿Y cómo no ibas a tener
fe en lo que tan diligentemente te enseñaste a creer? 8Recuerda, no
obstante, cuánto cuidado has ejercido al elegir sus testigos, y cuánto al evitar los que hablan en favor
de la causa de la verdad y de sus efectos.
3. ¿No
te demuestra el hecho de que no hayas
aprendido lo que has enseñado que no percibes a
Cuando enseñamos "de boca para afuera", esto es, sin convicción, nuestra enseñanza estará vacía y no realizará su función, la de alumbrar el camino que ha de llevarnos a la sanación de nuestra mente. Al carecer de convicción, las propiedades de lo que enseñamos carecerán de la luz suficiente como para difuminar la oscuridad que nos mantiene prisioneros de la ignorancia. Esa falta de convicción oculta las dudas que albergamos sobre nuestra verdadera identidad espiritual. Esta certeza nos exige un acto de confirmación de nuestra fe en las enseñanzas que recibimos a través del Espíritu Santo. El poder de atracción que ejerce en este mundo el sistema de pensamiento del ego debilita nuestra fortaleza, pues tenemos la sensación de caminar en una realidad dividida, donde podemos elegir el camino que nos plazca y cuando nos plazca. Lo que debemos recordar, siempre, es que elegir la dualidad es negar la verdad, es negar la tutela del Maestro que Dios nos ofrece para nuestra enseñanza.
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