viernes, 16 de mayo de 2025

Capítulo 20. V. Los heraldos de la eternidad (2ª parte).

V. Los heraldos de la eternidad (2ª parte).

3. Es imposible sobrestimar la valía de tu hermano. 2Sólo el ego hace eso, pero ello sólo quiere decir que desea al otro para sí mismo, y, por lo tanto, que lo valora demasiado poco. 3Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede ser evaluado. 4¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes ver? 5No juzgues lo que es invisible para ti, o, de lo contrario, nunca lo podrás ver. 6Más bien, aguarda con paciencia su llegada 6Se te concederá poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz. 7Y lo que le desees a él será lo que recibirás.

La sobrestimación es un juicio procedente del sistema de pensamiento del ego, el cual afianza su creencia en la separación. Fruto de la sobresestimación surge el especialismo, el impulso que nos ha llevado a creernos nuestros propios creadores y a servir a la naturaleza instintiva por encima de la naturaleza espiritual. Cuando la voluntad del Hijo de Dios decide servir a su deseo individual, la mente inventa imágenes regidas bajo las leyes de la separación, dando lugar a una identificación ilusoria de la personalidad, el ego.

Las relaciones especiales se sustentan de esa fuente de pensamiento, de la división, y es por ello que cuando percibimos al otro, lo que estamos reconociendo es la creencia en la individualidad por encima de la creencia en la unicidad. El "yo" se enaltece, se sobreestima, se empodera y proyecta fuera de sí ese juicio con la intención de dar credibilidad a la personalidad que ha fabricado. Todo aquello que no percibe pasa al plano de la negación y lo invisible es juzgado y sentenciado a favor de sus creencias, para lo cual da muerte a cualquier pensamiento que pueda poner en duda su fortaleza mental.

4. ¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece paz? 2¿Qué otra cosa podrías desear, salvo lo que te ofrece? 3Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él. 4Lo que se encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión, que simplemente lo amarás y te regocijarás. 5No se te ocu­rrirá juzgarlo, pues, ¿quién puede ver la faz de Cristo y aun así insistir en que juzgar tiene sentido? 6Pues esa insistencia es pro­pia de aquellos que no ven. 7Puedes elegir ver o juzgar, pero nunca ambas cosas.

La creencia en la igualdad no tiene ojos para juzgar, para ver diferencias, para hacer consideraciones especiales. El ego no puede concebir este tipo de pensamiento, pues todo su afán es dar muestras de su sobreestimación, de su vanidad, de su soberbia, de su poder. Ese pensamiento lo hace único y diferente. Lo hace sentir especial. Mantener esa visión requiere esfuerzos que agotan las reservas mentales. Lo lleva a juzgar y criticar aquello que le impide alimentar sus especialismos, y sus relaciones llevan ese amargo sello, cuyo destino no es otro que el de retroalimentarse con la sobreestimación de sus deseos. Cuando me ames, hazlo de modo que me sienta muy especial. Cuando me ames, no puedes amar a nadie más como me amas a mí. Cuando me ames, no puedes amar nada más por encima de mí. Y así, el ego se va inventando sus propias leyes de amar y las impone al ser amado para lograr la paz.

El juicio es la práctica más utilizada por aquellos que no ven. Ver la verdad que somos nos brinda la oportunidad de ser conscientes de la unicidad que nos mantiene unidos en la Filiación. 

La elección de ver o juzgar es de cada uno de nosotros y el resultado de esa elección nos hablará del camino elegido, del maestro que hemos decidido seguir.

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