martes, 26 de agosto de 2025

Capítulo 23. I. Las creencias irreconciliables (1ª parte).

I. Las creencias irreconciliables (1ª parte).

1. El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena. 2No puede venir allí donde hay conflicto, pues una mente en pugna consigo misma no puede recordar la mansedumbre eterna. 3Los medios de la guerra no son los medios de la paz, y lo que recuerda el belicoso no es amor. 4Si no se atribuyese valor a la creencia en la victoria, la guerra sería imposible. 5Si estás en con­flicto, eso quiere decir que crees que el ego tiene el poder de salir triunfante. 6¿Por qué otra razón sino te ibas a identificar con él? 7Seguramente te habrás percatado de que el ego está en pugna con Dios. 8Que el ego no tiene enemigo alguno, es cierto. 9Mas es igualmente cierto que cree firmemente tener un enemigo al que necesita vencer, y que lo logrará.

Si el origen del ego es el resultado de haber elegido una voluntad distinta a la compartida con la Fuente Original, con Dios, la consecuencia directa de esa elección no es otra que el conflicto. 

La ruta directa que comunica al Hijo con el Padre es hacer Su Voluntad, esto es, utilizar los atributos creadores heredados de Su Padre y crear desde el amor la esencia que nos mantiene en comunión con Dios y la Creación. 

Sin embargo, cuando la voluntad del Hijo se deja seducir por la fuerza del deseo de ser especial, la mente recibe la impronta de servir a ese nuevo impulso y se pone al servicio de él. La mente pasa de un estado de paz a un estado de conflicto y de duda. El impulso del deseo nos lleva a elegir una nueva ruta que, en vez de comunicarnos directamente con nuestro Creador, nos separa de Él.

2. ¿No te das cuenta de que una guerra contra ti mismo sería una guerra contra Dios? 2Y en una guerra así, ¿es concebible la victo­ria? 3Y si lo fuese, ¿la desearías? 4La muerte de Dios, de ser posi­ble, significaría tu muerte. 5¿Qué clase de victoria sería ésa? 6El ego marcha siempre hacia la derrota porque cree que puede ven­certe. 7Dios, no obstante, sabe que eso no es posible. 8Eso no es una guerra, sino la descabellada creencia de que es posible atacar y derrotar la Voluntad de Dios. 9Te puedes identificar con esta creencia, pero jamás dejará de ser una locura. 10Y el miedo rei­nará en la locura, y parecerá haber reemplazado al amor allí. 11Éste es el propósito del conflicto. 12Y para aquellos que creen que es posible, los medios parecen ser reales.

El ego cree que puede vencer al espíritu negándolo. Para ello, fabrica un sistema de pensamiento basado en la percepción sensorial y establece como su pilar más firme aquello que no perciba con sus sentidos: no existe. Es su modo de vencer a su "enemigo", a Dios. Esa enemistad tan solo existe en su sistema de pensamiento, el cual está ocultando el miedo que siente por aquello que niega. El temor a Dios es su obsesión oculta, pues si lo reconociese abiertamente, estaría contradiciéndose en su creencia de que Dios no existe. El ego se guarda en la manga su carta más valiosa y cuando lo ve necesario, la utiliza con astucia y trata de convencer a su audiencia de que si Dios existiese, ¿cómo en su inmensa sabiduría y gracia podría permitir las desgracias que el mundo padece?

El ego es el maestro de la ilusión y la mentira. El temor del ego a Dios no está basado realmente en la creencia de su inexistencia, sino en que su existencia significaría su irrealidad.

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