martes, 24 de junio de 2025

Capítulo 21. III. Fe, creencia y visión (4ª parte).

III. Fe, creencia y visión (4ª parte).

9. Aquellos que creen en el pecado deben pensar que el Espíritu Santo exige sacrificios, pues creen que ésa es la manera de alcan­zar su objetivo. 2Hermano, el Espíritu Santo sabe que el sacrificio no aporta nada. 3Él no hace tratos. 4si intentas imponerle lími­tes, lo odiarás porque tendrás miedo de Él. 5El regalo que Él te ha hecho es mucho más valioso que cualquier otra cosa a este lado del Cielo. 6El momento en que esto se ha de reconocer está al llegar. 7Une tu conciencia a lo que ya está unido. 8La fe que depo­sitas en tu hermano puede lograrlo, 9pues Aquel que ama el mundo lo está viendo por ti, sin ninguna mancha de pecado sobre él y envuelto en una inocencia tal que contemplarlo es con­templar la belleza del Cielo.

El amor, la fuerza creadora por excelencia, actúa extendiéndose y estableciendo la conciencia de la unidad que da cohesión a todo lo creado. Es la fuerza que mora en el Cielo, donde todo queda bajo su visión, bajo su ley. El amor no tiene límites y es eterno. Podríamos seguir describiendo las abundantes cualidades del amor y nos costaría ponerle fin a esta introducción, en la que intento poner de manifiesto algo tan sencillo como la esencia de la felicidad y de la paz. Y a pesar de su grandeza, hemos decidido prescindir de su virtud y elegir en cambio una dirección donde lo único que buscamos es satisfacer nuestro deseo de ser especial.

En el amor, en el Cielo, todos gozamos de la igualdad y semejanza con la que Dios nos creó. Nadie es especial. Ser alguien no es lo importante. Tener una identidad no es lo esencial. La verdad, lo real, lo que nos hace verdaderamente poderosos es nuestra santidad, nuestra pureza, nuestra inocencia, nuestra impecabilidad, nuestra perfección, en definitiva, nuestra divinidad.

¿Cómo podemos pensar que Dios nos castiga? ¿Cómo podemos creer que Dios nos ha abandonado? Él no necesita perdonarnos porque Él conoce a Su Hijo y lo conoce en Sí Mismo, a Su imagen y semejanza. El Hijo de Dios no puede pecar, pero puede olvidar su inocencia al cubrir su mente con el velo de ser especial a su Padre y al resto de sus hermanos. Pero este acto no puede juzgarse como un acto pecaminoso, sino como una elección de ver las cosas de otra manera, eligiendo el miedo al amor. Ha elegido el miedo porque, desde el momento en que elige ser especial, olvida su condición divina para convertirse en una personalidad, en el ego.

Si Dios no nos juzga, ni condena, no hay nada por lo que tenemos que sacrificarnos. El Espíritu Santo no nos impone como meta el castigo. Su lección es la Expiación, que significa la corrección de la percepción falsa en verdadera.

10. Tu fe en el sacrificio ha hecho que éste tenga gran poder ante tus ojos, salvo que no te das cuenta de que no puedes ver debido a él. 2Pues sólo se le puede exigir sacrificio al cuerpo, y sólo otro cuerpo podría exigirlo. 3La mente, de por sí, no podría ni exigirlo ni recibirlo. 4El cuerpo tampoco. 5La intención está en la mente, que trata de valerse del cuerpo para poner en práctica los medios del pecado en los que ella cree. 6Y así, los que valoran el pecado no pueden sino creer que la mente y el cuerpo están unidos. 7Y de este modo, el sacrificio es, invariablemente, un medio para impo­ner límites, y, por consiguiente, para odiar.

La lección del sacrificio forma parte del sistema de pensamiento del ego y se transmite como una innegable verdad de generación en generación.

Desde que se tienen conocimientos del comportamiento humano, el sacrificio ha acompañado el transcurrir evolutivo de la humanidad. Los Textos Sagrados recogen muchos episodios donde el sacrificio es una ofrenda a Dios o a los dioses, dependiendo de la cultura, y al cual se le rinde un especial culto. De esta forma, el sacrificio está muy arraigado en el inconsciente colectivo de la humanidad y forma parte de su genoma, por lo que nos resultará muy difícil deshacernos de su demente influencia.

El sacrificio se exige o se emplea como un pago para satisfacer la ira del que hemos ofendido y a veces se nos muestra con un rostro más benigno, cuando pasa a formar parte de una cualidad que, de ser desarrollada debidamente, nos aportará muchos beneficios. Por ejemplo, cuando se adopta como un factor educativo: "Hijo mío, en la vida, para llegar a ser alguien de provecho, hay que sacrificarse". Con este consejo, da la sensación de que las carencias que acompañan siempre al acto del sacrificio fuesen una fuente de riqueza y abundancia. Pienso que en ese ejemplo en particular, del que me he sentido partícipe, el sacrificio ha sustituido al término "esfuerzo", que nada tiene que ver con el acto de tener que renunciar a lo que somos: seres ilimitados.

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