miércoles, 18 de septiembre de 2024

Capítulo 14. VIII. El santo lugar de encuentro (1ª parte).

VIII. El santo lugar de encuentro (1ª parte).

1.  Has escondido en las tinieblas, la gloria que Dios te dio, así como el poder con que Él dotó a Su inocente Hijo. 2Todo ello yace oculto en cada rincón tenebroso, envuelto en culpabilidad y en la oscura negación de la inocencia. 3Detrás de las sombrías puertas que has cerrado no hay nada porque no hay nada que pueda opacar el regalo de Dios. 4El que las hayas cerrado es lo que te impide reconocer el poder de Dios que refulge en ti. 5No destie­rres el poder de tu mente, sino permite que todo lo que oculta tu gloria sea llevado ante el juicio del Espíritu Santo para que allí quede disuelto. 6Todo aquel a quien Él quiere salvar para la gloria es salvado para ella. 7El le prometió al Padre que tú serías liberado de la pequeñez y llevado a la gloria a través Suyo. 8Él es completamente fiel a lo que le prometió a Dios, pues comparte con Él la promesa que se le dio para que la compartiese contigo.

Cuando la mente sirve al ego, hablamos de la mente errada, la mente que fabrica una realidad ilusoria y perecedera. Esa mente nos lleva a percibir falsamente, pues ve un mundo separado, donde las mentes deciden dar más valor a lo externo que al mundo interior. 

Cuando la mente sirve al Espíritu Santo, hablamos de la mente recta, la mente que crea la única realidad verdadera y eterna. El Espíritu Santo nos mantiene unidos a la Mente de Dios. La mente una, nos lleva percibir correctamente, pues ve un mundo donde las mentes están unidas, donde las mentes deciden dar más valor a lo interno que al mundo externo.

2. Él aún la comparte, para tu beneficio. 2Cualquier otra cosa que te prometa algo diferente, sea grande o pequeño, de mucho o poco valor, Él lo reemplazará con la única promesa que se le dio para que la depositara sobre el altar a tu Padre y a Su Hijo. 3No hay ningún altar a Dios que no incluya a Su Hijo. 4Y cualquier cosa que se lleve ante dicho altar que no sea igualmente digna de Ambos, será reemplazada por regalos que sean completamente aceptables tanto para el Padre como para el Hijo. 5¿Puedes acaso ofrecerle culpabilidad a Dios? 6No puedes, entonces, ofrecérsela a Su Hijo. 7Pues Ellos no están separados, y los regalos que se le hacen a uno, se le hacen al otro. 8No conoces a Dios porque des­conoces esto. 9Y, sin embargo, conoces a Dios y también sabes esto. 10Todo ello se encuentra a salvo dentro de ti, allí donde refulge el Espíritu Santo. 11Y Él no refulge donde hay división, sino en el lugar de encuentro donde Dios, unido a Su Hijo le habla a Su Hijo a través de Él. 12La comunicación entre lo que no puede ser divido no puede cesar. 13En ti y en el Espíritu Santo reside el santo lugar de encuentro del Padre y del Hijo, Quienes jamás han estado separados. 14Ahí no es posible ninguna clase de interferencia en la comunicación que Dios Mismo ha dispuesto tener con Su Hijo. 15El amor fluye constantemente entre Padre e Hijo sin interrupciones ni hiatos tal como Ambos disponen que sea. 16Y por lo tanto, así es.

El Hijo de Dios, ha sido creado a Imagen y Semejanza de Su Padre, lo que establece una igualdad entre ambos. Sin embargo, cuando la mente decide actuar por su cuenta, se desvincula de la verdad y da lugar a una realidad ilusoria, donde la percepción da credibilidad a la creencia en la separación.

La Salvación no es un camino que debamos andar solos, sino en unión amorosa con nuestros hermanos, con los cuales, formamos la Filiación Divina. La Salvación se produce cuando tomamos la firma decisión de Ser lo que Somos, el Hijo de Dios indivisible de la Mente de Su Padre.

El Amor es la Esencia con la que Dios nos ha creado, y por tanto, es el Amor, la vía de comunicación que debe establecer la Unicidad de la Filiación.

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